Un persona amiga me mostró en su propio móvil, trato de no usar el propio para eso, un vídeo en el que un señor explicaba con gran desparpajo las causas de la presente pobreza. Empezaba con cierto rigor citando como una de las principales causas la galopante corrupción que se asola este sufrido país. Seguía enumerando, con loable acierto y precisión, los principales casos de latrocinio casi impune que arruina al erario público y a la gente honrada. Sin embargo, aquel soliloquio razonado tuvo un final sorprendente. Concluyó con que, como todos roban, “yo elijo a mis ladrones, pues éstos son los míos”. Aunque no era la primera vez que escuchaba tal dislate, no dejó de sorprederme tras aquel discurso con su alusión a la gente honrada. De ninguna manera entendí, que por aquel distingo, propiciara que siguiera habiendo ladrones de tal laya, cualquiera que fuera su supusta ideología. Admitida la honradez de personas que trabajan o esperan trabajar para ganarse el pan, se desentendiera del afán de ellas por no enfangarse, junto a su descendencia, en la misma fétida pocilga en que están convirtiendo este país.

Durante algunos días no dejé de darle vueltas al asunto. Por un lado, intenté buscarle explicación inteligible, de la ética ya había desistido, a tan esperpéntica postura. Consideré el minuto de “gloria viral” , entre tirios y troyanos, ahora otorga tan controvertido discurso en las redes. Llegado el caso, no dejé de ahondar en el posible lucro que se puede encontrar en este gran mercado que es nuestra actual sociedad. Ahora todo se vende, probablemente,lo que más, la misma persona. Ya había reparado en el caso de alguien que, falto de instrucción, presumiendo de esa carencia, había logrado notoriedad para no tener que matar por su descendencia. Algo similar veía en el tipo de persona instruída, que presumía de lo contrario. A su manera, ofreciendo al público la carnaza que espera, logró también fama. Hoy se le puede ver por ahí mostrando su palmito en los platós ofreciendo, a la audiencia que acríticamente lo admira, lo que el poder le pida. Así que, de un caso pasaba a otro, llegué a observar que no había tanta diferencia con el tipo del vídeo.

Un pasó más me llevó a cavilar sobre la mina en la que los tres tipos de personajes se nutren. Está claro que hay un personal que, por distintos motivos, se queda embobado ante el éxito de quienes aparentemente han empezado desde abajo. En esa subida a la popularidad, importa poco lo que han dejado de humanidad en el camino. En el fondo, como cada hijo de vecino, acude a los manidos tópicos. Que si yo no hago mal a nadie, tratando de olvidar a quienes ha dejado atrás, cada vez que la tenue decencia reaparece en su pensamiento. Que si todas las personas somos iguales y que las cosas están ahí para quien, con decisión y sin remilgos ¿o escrúpulos?, llega primero. Que si el de arriba se pega la gran vida, por qué yo no. Con ese proceso exculpatorio, nos vamos apartando de aquellos ideales o ingenuidad de niño o niña, si es que alguna vez lo fuimos.Tal vez, todavía nos quede alguna reminiscencia de aquellos tiempos en que la felicidad parecía posible. Pero a renglón seguido, viene el realismo: Hay que pagar esos placeres efímeros que, más que satisfacciones, nos plantea una duda permanente entre lo que es y lo que debiera ser, entre mi cuota de sacrificio o mi cuota de placer.

En esa cuesta abajo en la que, en mayor o menor medida, casi todo quisque estamos inmersos, aunque acabemos reaccionando de distinta manera. Hay quienes por desánimo o pesimismo se apartan lo que pueden de este mercado. Entienden que, como se involucran menos- casi hacia su exclusión total- son menos responsables de su vida personal y de su entorno social. No faltan quienes, a trompicones alternando el quiero-y-no-puedo con etapas de más ilusión, siguen adelante dando cierta estabilidad. Podemos encontrar en el camino a impacientes que, animdos por ciertos ideales o furias coyunturales, propenden a alguna paranoia personal, cuando no a cierta exclusión social no exenta de visos de violencia más o menos transitorias.

Podríamos seguir señalando algún derrotero más. Por hoy dejésmoslo estar para volver al caso del título que abre este escrito. Quizá encontráramos, además de ansia de notoriedad, un cinismo natural. No descartemos también, junto al resquemor del fracaso, la rebelión ante el recurrente sino de esterno perdedor. Por eso, rearmado de cierta petulancia, reviste su trayectoria con la sabiduría popular que reza: si no puedes con tu enemigo, únete a él. Es ese delirio, por huir del fracaso que no quiere admitir como de trabajador empobrecido, el que la hace confraternizar con quien lo despoja de una cierta dignidad. Claro que no hay que descartar aquello de “los míos”y “los otros” que por imbecilidad deja ciego al colectivo y descendencia.

Creo yo que esa actitud era más lógica en otro tiempo, en que el poder era menos desalmado y permitía el sueño de la clase media. Hoy el medrar socialmente desde una familia humilde, aun con título universitario, es aspiración cada vez más inasequible. Entiendo que, aunque a alguien siga molestando mi pesimismo informado, cada vez es menos posible la subsistencia del “sálvese quien pueda” . Nos guste o no, se ha convertido en muy necesaria, si no imprescindible la colaboración del conjunto para afrontar el reto ante la depredación inhumana en este mundo peligrosamente finito.

 

Foto: Stavos (Licencia Creative Commons)