Más de una vez he referido aquí el problema del empleo, más bien la escasez del mismo, de hoy y previsiblemente en el futuro. En algunas ocasiones lo relacionaba con el ocio necesario o placentero que algún estudioso profetizaba. No ha faltado su asociación con las máquinas o con las las cotizaciones que paradójicamente garantizan las futuras pensiones. Me parece que hay al menos cuatro vertientes igualmente importantes y complementarias a considerar. Sin prioridad previa la podíamos citar así. Por un lado el aspecto natural y su supervivencia lo que podríamos llamar ecológico. Otro tendría que ver con la vida de las personas y la posibilidad de conciliar el esfuerzo de cada cual con el derecho a una vida digna, podríamos ser trabajo y ocio. Relacionado con el anterior, quizá conviniera la reorganización de la vida familiar, educativa y laboral. Como síntesis a todo ello, valdría la pena una economía humanista, con personas que no sean mercancía. Se me podrá tildar de utópico, demagogo o chalado. Ya estoy acostumbrado, también por los reproches a mi acendrado pesimismo. Por eso, ante fracasos reiterados, perdemos poco explorando vías novedosas.

No voy a empezar dramatizando sobre la posible superpoblación al seguir aumentando los siete mil quinientos millones de personas que poblamos hoy la Tierra. Está claro que Thomas Malthius erró al vaticinar que en 1.880 el ser humano se extinguiría, según su teoría poblacional. Esa contingencia se podría solucionar, o al menos atenuar, si la tecnología y el sentido común se pusieran al servicio de la humanidad, cosa que está muy lejos de ocurrir. Lo que de verdad tiene poco remedio es la situación de la naturaleza para recuperarse de la mortífera agresión a la que la tiene sometida nuestra especie.

Conciliar el trabajo, o el esfuerzo que cada cual debería aportar para la subsistencia del común, con la atención a las necesidades humanas es, se quiera o no, la única salida. Eso en principio es algo que escandaliza, pues obligará a una muy distinta distribución de las riquezas y del esfuerzo. Quienes se sujetan el monedero ante esa frase, se sorprenderían al conocer que tal propuesta se la están planteando en esferas capitalistas. Los prejuicios que se difunden sobre la insolidaridad del conjunto de la humanidad, desaparecerían si se conocieran hasta qué punto el trabajo, como tal, se dá más la mano con el ocio. Hay concluyentes estudios que demuestran que, la dedicación al trabajo elegido, tanto en tiempo laboral como en voluntariado, generan mayor eficacia a las vez que satisfacción general.

Armonía similar podría extenderse a las vida familiar, de amistad o con el vecindario. Apartando el creciente ajetreo actual, podríamos profundizar en las reflexiones sobre las carencias que se viene introduciendo en nuestro día a día. Intuimos que, superadas las prisas y las largas ausencias, en casa se podrían atender mejor todas las tareas de padre y madre. A veces surgen como nuevos, conflictos incubados a lo largo del tiempo que podríamos haber detectado a a tiempo. Empezamos a sospechar que cuidamos poco algunos aspectos de los hijos que ni la escuela ni las personas o los servicios en que delegamos pueden atender de manera global y continuada. Aunque se vaya sospechando ese deterioro, seguimos adelante porque no nos damos el tiempo necesario para entrar a fondo al asunto. Tiempo al que llevamos renunciando para el disfrute de esos ratos de convivencia distendida y apropiada para la confidencia afectiva y la indicación suave pero certera. Afectividad que tampoco se cuida en las relaciones de pareja, familiares en general, de amistad y vecindario en busca de la satisfacción deseable.

Quizá ha llegado el momento que denunciaba la copla “mardito parné, que por su curpita dejaste…” ¿ la vida que querías tener? Se puede decir que es exagerado el paralelismo. Pensémoslo despacio y a lo mejor vemos que no es ningún disparate. Yo había llegado a una conclusión parecida que me vino a confirmar el economista José Luis Sampedro. Este gran novelista y sabio ejemplar lo detalla con su claridad habitual en su “Economía Humanista”. Con su gran sencillez, ayuda a deslindar lo que es la economía, apartándola de tanta bazofia de que la han rodeado. Ya casi nadie la reconoce como la buena administración, para un país o para un mundo con honradez, como se haría en una buena familia. Esto es, saber los bienes de los que se dispone para atender las necesidades del conjunto sin hipotecar el futuro. Tan sencillo y tan difícil a la vez.